Entré en el vestuario del gimnasio como cualquier otro día, acostumbrado a llegar un poco antes para poner a punto la máquina antes de la clase de Karate.
Como es habitual en muchos gimnasios la clase de adultos es precedida por la de los niños, y coincidimos en el vestuario los que nos ponemos el karategi y los que se lo quitan.
La verdad es que los niños que van al gimnasio donde entreno son bastante revoltosos, en especial el más novato, un niño de no más de 8 años y cinta blanca, pero es inusualmente aplicado cuando falta su compañero de travesuras, como era el caso de este día.
Me encontraba vistiendome cuando me hizo la difícil pregunta:
-¿Por qué sigues entrenando si ya eres cinturón negro?-
Atropelladamente respondí lo que me dijo mi maestro el día que obtuve dicho cinturón:
-Porque el cinturón negro no es el final-
A lo que el niño me pregunta que cuál es el final, pregunta que no soy capaz de responder.
Lo más sorprendente y lo que me ha hecho reflexionar muchas noches desde aquello, es que tras mucho insistir, el kohai se quedó callado unos segundos y con una firme y pausada voz dijo:
-Entonces el final es volver al blanco-